(Por: Fernando Andrade R)
Esta mágica relación nos invita a pensar mucho sobre lo que somos y
hacemos. Si le damos un tinte romántico con seguridad nos invitará a pensar
sobre lo que fuimos; y más aún, una audaz reflexión nos puede llevar a pensar
sobre lo que no somos y pretendemos ser. Personalmente me parece que, si hemos
tenido la oportunidad de llegar a este punto, es valioso y fundamental, el
hacer un esfuerzo más, para cavilar sobre lo que hacemos, como lo hacemos, o
como lo hemos dejado de hacer.
El cuerpo, este complejo sistema tan especial, que muchas veces es el
motivo de reclamos y disconformidades, pero del cual no podemos escapar y en el
que indefectiblemente tenemos que habitar. Este espacio de críticas, de
pequeñas torturas, pero también de maravillosas satisfacciones; tan
controvertido como imprescindible, tan generoso y predispuesto, tan trabajador
silencioso, tan amoroso y brindado a uno mismo, que sólo reclama cuando ya no
soporta más el maltrato que le propinamos como queriendo acabar con él. Este
cuerpo es la imagen de lo que somos y aunque tratemos de disfrazarlo continúa
siendo nosotros mismos. Este ser humano que tenemos que descubrir, éste
maravilloso ser humano que trata de ser amado, éste sensible ser humano que
quiere expresarse con libertad y comprensión, éste; somos nosotros.
¿Pero acaso esta relación conflictiva con nosotros mismos, fue siempre
así? Definitivamente no. Desde el momento que nacemos, nuestro desarrollo se da
de forma armónica, vital, dialéctica, y se evidencia en la gracia y armonía
expresiva de los niños y niñas. Pero lamentablemente las exigencias de la vida
“moderna”, de forma lenta y progresiva, nos va restando ésta condición, la
norma obliga a permanecer sentados, en silencio, en una especie de estado de
concentración hipnótica, y los espacios físicos vitales donde se desarrolla la creatividad
a través del juego y la exploración, son una añoranza lejana. Ésta realidad es
el preámbulo de un camino que nos conduce a convertirnos en una pequeña pieza
en el inmenso engranaje de la cadena de producción, donde somos encasillados en
estereotipos que condicionan nuestra vida, así como nuestras relaciones; ahora
orientadas por el falso sueño de éxito y perfección comercial, inmensamente excluyente
y violento. Esta situación nos enfrenta a un fuerte y eterno conflicto entre lo
que somos o, mejor dicho, de lo que nos imponen ser, con lo que deseábamos ser.
La historia de la humanidad señala con mucha claridad que, el ser humano
se construyó en relación permanente con la naturaleza; lugar vital que proveía
de los insumos necesarios para la subsistencia y espacio fundamental en el que
las personas desarrollaban sus actividades físicas, comunitarias y
comunicativas. Las características concretas de este espacio, exigían un manejo
activo y dinámico de la estructura corporal, así como de la comunicación. Desde
la revolución industrial hasta la actualidad, y debido al acelerado desarrollo
de la tecnología, las formas de manejo del cuerpo se han modificado
radicalmente. Es así que en la actualidad se privilegia el trabajo intelectual
sobre el físico; es más, las personas que deben desempeñar tareas manuales en
una cadena de producción, están irremediablemente atrapadas en un proceso de
automatización de sus capacidades motoras, las mismas que deben responder a los
requerimientos de la máquina y de la producción en serie; y para qué
preguntarse algo sobre la comunicación en este escenario.
De esta manera se consolida una forma de vida, empobrecida no solo en lo
económico, sino que también en lo físico, emocional e intelectual;
caracterizada por una actitud sedentaria que lentamente van desmejorando y marchitando
nuestros cuerpos, así como su capacidad comunicativa. Situación que se da no
solamente en los adultos, ya que en la actualidad hay muchos niños y niñas que
son víctimas tempranas del sedentarismo, gracias a la falta de espacios y
políticas sociales de recreación y esparcimiento.
Nuestro país, que se desarrolla bajo condiciones económicas y políticas
de escasez, tiene la difícil tarea de enfrentar peligros muy serios en relación
al desarrollo de nuestros niños/as y jóvenes, principalmente en el proceso
formativo tanto intelectual como motriz. Por lo que es prioritario, el dotar a
la comunidad, de conocimientos y herramientas que nos ayuden a mejorar nuestras
condiciones de vida. Esta realidad exige un trabajo integrado de diferentes
ramas del conocimiento; y el arte, así como el deporte, no pueden ser sustraídas
de estos procesos, ya que su esencia misma (creatividad y dinamismo), pueden y
deben proponer alternativas para la transformación del sistema educativo. Claro
está que esto implica a su vez, que las instituciones rectoras de la formación
artística y deportiva, asuman el reto y cumplan con su función social de
creadoras, constructoras y propulsoras de beneficios sociales, comunitarios y
fundamentalmente humanos. Con mucha más razón ahora que enfrentamos este
difícil momento para la humanidad.
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